Aventura dedicada al
Real Zaragoza por sus éxitos y sus fracasos, siempre obrados al borde del milagro,
que valen más que todo el oro acumulado en las vitrinas de los grandes.
Recordé una tarde en la que el Real Zaragoza no tuvo ni
pasado ni futuro porque sólo contaba el minuto presente, recordé un equipo
luchando contra el reloj, vaciándose, retorciéndose, muriendo en busca de una
remontada imposible, de un sueño imposible.
Aquel encuentro, frente al Málaga, acabó en victoria (3-2) y
el Real Zaragoza llegó a la última jornada (temporada 1.999-2.000) con opciones
de ganar el título.
Al final no pudo ser, el equipo sucumbió en Valencia y el
Deportivo venció al Español pero pude soñar con algo impensable y, por un
instante, llegué a tocar lo que siempre di por inalcanzable.
Aquella temporada fue un regalo maravilloso.
El itinerario de la prueba fue el siguiente: Zaragoza- Cariñena- La
Almunia- Morata de Jalón- Sabiñán- Calatayud- Daroca- Teruel- Montalbán-
Calanda- Castelserás- Valderrobles- Calaceite- Maella- Caspe- Fraga- Sariñena-
Grañén- Huesca- Puente La Reina- Ruesta- Sos- Ejea- Magallón- La Almunia-
Cariñena- Zaragoza.
Afrontamos este duro recorrido (sobre todo en lo psicológico
por la infinidad de rectas que parecen no llevar a ningún sitio) diecinueve
corredores.
Mi gran sueño era completar la ruta sin parar a dormir, en
torno a las 50 horas, y pude completarla en 51 horas y 15 minutos, mal durmiendo
tan sólo 20 minutos.
La mayoría de las fotografías las realicé sobre la bicicleta
así que no salieron muy bien.
La primera fotografía sólo podía ser de La Romadera.
Capítulo 1. En buena compañía.
Las infinitas rectas camino de Teruel, el calor, la cruda batalla
contra el viento en el puerto de San Just, un terrible dolor en la planta del
pie izquierdo, la sed a eso de las cinco de la mañana y el primer ataque de
sueño en el kilómetro cuatrocientos y pico me hubiesen noqueado de no ser
porque tuve la suerte de rodar acompañado.
Dos debutantes en la larga distancia (un zaragozano y un
portugués) que fueron a la aventura, a improvisar, a dormir allá donde el sueño
les pidiese una tregua, un alicantino muy experimentado, que sabía lo que hacía
y yo, que soñaba con hacer la ruta sin parar a dormir, de llegar en 50 horas,
formamos un grupo formidable.
Y hasta Caspe (Km 508), y gracias a ellos, pude guardar
fuerzas y desconectar, no pensar en lo que todavía me quedaba por delante.
Fue el comienzo perfecto.
Escultura en Zaragoza de A. Orensanz, artista que es de mi
pueblo, de Larués.
Entre Cariñena y La Almunia.
Entre Morata y Calatayud
Camino de Teruel y una foto de la ciudad.
Agónica pelea contra el viento en el Puerto de San Just.
Entramos en Calaceite para buscar una fuente. Lo cierto es
que fue una noche muy cálida con temperaturas superiores a los veinte grados.
Capítulo 2. Llegó la hora.
Ya en soledad las dudas comenzaron a pesar pero, entonces, me
vino a la mente cómo pedaleaba mi amigo Jon en la Superbrevet de Argeles.
Lo hacía sin concesiones, mirando al frente, ni quejas ni
lamentaciones, en un estado de máxima concentración, avanzaba de una manera
implacable.
Me contagié de aquel espíritu, le imité, logré parar la
zozobra y mantener la templanza.
Y a Sariñena (Km 620), donde me había citado con mis padres
para que me llevasen comida y ropa extra con la que afrontar la lejana segunda
noche, llegué bien, según el plan previsto.
Caspe.
Embalse de Mequinenza.
Este cartel me hizo una tremenda ilusión.
Camino de Sariñena.
Servidor en Sariñena (sin que sirva de precedente).
Capítulo 3. Bendita locura.
No puedo expresar lo que sentí desde Huesca (Km 670) hasta Sos
del Rey Católico (Km 810) rodando por unas carreteas que conozco desde que
tengo uso de razón así que me contentaré con describir los acontecimientos.
Quedé con dos amigos en Puente La Reina (Km 741) donde hice
otra buena parada (de hora y pico) para comer y, sobre todo, desconectar.
Esta tregua me vino francamente bien y hasta el puerto de
Sos fui sobrado, con las fuerzas intactas y la moral elevada.
Y así entré en lo desconocido, en la temible segunda noche.
Cerca de Ayerbe
Los mallos de Riglos
Bailo y San Juan desde el Puerto de Santa Bárbara
Camino de Ruesta y una foto de este pueblo
¡Cuatro Caminos!
Capítulo 4. Una hora tirada a la basura.
Me adelantó un coche, dejó una luz roja en el horizonte y
aquel punto inmóvil, clavado sobre la carretera, retrató aquella recta, de
diecisiete kilómetros, como algo interminable; tuve la sensación de que nunca
llegaría a Ejea (Km 860)
Me desquicié, me rendí, me declaré en rebeldía y durante
gran parte del camino (que es en ligero descenso) dejé de pedalear, ¿para qué
iba a esforzarme si ni siquiera un coche podía avanzar en aquel terreno?.
Cuando llegué a mi destino mentalmente estaba roto así que busqué
un hotel pero no encontré ninguno abierto.
No tuve otra que tumbarme en un banco pero comprobé que no
tenía el suficiente sueño para dormir allí y los mosquitos acabaron por
levantarme. Di otra vuelta en busca de un sitio mejor y acabé sentado bajo el
techo de una gasolinera pero, entonces, se quejaron mis rodillas.
¡Deja de hacer el payaso!, me grité, levántate y continua la
marcha, aquí sólo estás perdiendo el tiempo.
Y eso hice.
Castilliscar, entre Sos y Ejea.
En Ejea tenía que haber sellado pero cuando tomé la decisión de continuar (sobre las dos y media de la mañana) ya no encontré ningún bar abierto y realicé esta fotografía como justificante.
Capítulo 5. El momento más oscuro.
Del libro Los cañones de agosto (Barbara w. Tuchman):
Joffe regresó allí por la noche (…) les dijo a
los oficiales allí reunidos “Caballeros, lucharemos en el Marne”.
Firmó la orden que
sería leída a las tropas cuando sonaran las trompetas a la mañana siguiente. (…)
esta vez las palabras eran sencillas, casi cansadas, un mensaje oscuro y sin
compromisos. “Ahora que empieza la batalla de la que depende la salvación de
nuestro país, todo el mundo ha de recordar que ha pasado el tiempo de mirar
hacia atrás. Han de hacerse todos los esfuerzos para atacar y rechazar al
enemigo (…). Una unidad que no pueda avanzar debe, al precio que sea, defender
sus posiciones (…) antes que retroceder. En las presentes circunstancias no
será tolerado ni un solo fallo”. Eso era todo, había pasado el momento para
subterfugios. No decía ¡adelante! ni invitaba a los hombres a la gloria.
Después de los primeros treinta días de guerra del año 1.914, reinaba el
presentimiento de que poca gloria podía alcanzarse.
Era el momento decisivo, y lo sabía, pero el miedo a
quedarme dormido sobre la bicicleta se hizo insoportable, fue una carga demasiado
pesada que no supe lidiar en solitario y pagué la falta de experiencia.
Bordeando Tauste (Km 890) la paranoia tiñó todos mis
pensamientos y ante el pánico me desvié a Gallur (Km 900) en busca de un sitio
donde dormir.
Encontré la estación de tren, un lugar amplio y
completamente cerrado, miré la hora y me concedí una hora y veinte minutos. No
iba a poder hacer la ruta del tirón pero sí podía llegar en 50 horas y quise
apurar mis opciones hasta el final.
A los veinte minutos pasó zumbando un tren pero no me
despertó porque todavía no había podido conciliar el sueño, lo hizo el
siguiente, veinte minutos más tarde y decidí levantarme.
Serían las cuatro y media de la
mañana, me dolía todo y estaba vacío, hambriento, pero ya no tenía miedo y
proseguí mi camino.
Los siguientes kilómetros fueron una batalla desigual, librada sin fuerzas, guiado tan
sólo por ese objetivo que ahora tenía al alcance de la mano, las malditas
cincuenta horas.
La estación de Gallur.
Capítulo 6. Los errores del principiante.
Tenía que haber parado en el primer bar que vi abierto
(antes de llegar a La Almunia, Km 960) pero pensé que ya no merecía la pena y en
vez de realizar una buena parada tuve que hacer varias a toda prisa dándome así
la hora cincuenta y uno.
Bueno, me dije, han sido los errores propios de la edad y no
me lamenté.
En Muel (Km 1.000) resurgí y pude disfrutar los últimos
veinticinco kilómetros quedando estos como un merecido premio.
No pude cumplir el sueño pero lo había dado todo, me había esforzado al máximo, en algún momento creí conseguirlo y me sentí orgulloso.
Eran las once y cuarto cuando llegué a la meta (Hotel
Romareda) y la urna (donde hay que dejar la hoja de ruta) todavía no estaba preparada. No tuvo sentido pero debo admitir que sentí cierta alegría cuando el recepcionista me dijo que no esperaban que nadie llegase tan pronto, fue un pequeño premio a un gran esfuerzo.
Entre Magallón y La Almunia el paisaje me gustó aunque el tránsito de camiones hizo la carretera muy peligrosa.
Más rectas entre La Almunia y Cariñena.
Aquí me di la enhorabuena.
Venga, la última.
Finalizo agradeciendo al Club Ciclista Aragonés y a Julián
Montañés la organización de esta magnífica prueba que me regaló una jornada
inolvidable y deseando que todos los compañeros pudieran completarla.