Muchas
cosas que contar y pocas neuronas activas tras las fiestas de mi pueblo, están
avisados.
La prueba.
Se
celebra cada cuatro años y consta de 1.230 Kilómetros, con continuos repechos,
a completar en un tiempo máximo de 90 horas.
El
recorrido, perfectamente señalizado por la organización, es St
Quentin-en-Yvelines (localidad a unos 40 Km de París) Brest St
Quentin-en-Yvelines. Gran parte del itinerario de la ida coincide con el de la
vuelta.
Durante
la misma hay que parar en los controles (unos 14) para que te sellen la hoja de
ruta. En estos lugares hay servicio de comedor, médicos, mecánicos, lugares
para dormir y todo lo que se pueda necesitar.
En
la salida, que se hace de forma escalonada, nos dimos cita unos 6.000
corredores venidos de todas las partes del mundo.
Presentaciones.
El
viaje de ida, con diecisiete horas de coche cortesía de los atascos de Burdeos,
ya fue una odisea para Rafa, Haritz, Ignacio, Beñat (estos dos últimos harían
de coche de apoyo de Haritz durante la prueba) y servidor.
Fue
una pena que Jon, un auténtico número uno, causase baja por una inoportuna
lesión y no me cabe duda de que tanto a Haritz como a mí nos hubiese ido mucho
mejor con su presencia.
Los
tres teníamos diferentes horas de salida y diferentes proyectos por lo que no
coincidimos sobre la carretera, aunque ya tuvimos tiempo el miércoles por la
tarde de compartir aventuras.
Con
los que sí coincidí durante la ruta, en algún control, fue con Ignacio y Beñat
lo que agradecí porque siempre dio pie a alguna que otra carcajada.
Por
lo demás, demasiados nervios, buenas conversaciones y muchas risas durante el
sábado y la mañana del domingo.
Aventura dedicada a mis amigos, a los que siempre tuve en mente.
Preámbulo. Un
plan poco elaborado.
Mi
plan era simple: salir el domingo a las cuatro de la tarde, llegar el martes
sobre las once de la noche completando el recorrido en unas 55 horas y estar el
miércoles cenando en casa para afrontar las fiestas de mi pueblo, que
comenzaban el jueves, con algo de descanso.
En
la salida me encontré con tres
compañeros de Huesca y el veterano Cored
volvió a avisarme: empezar esto con prisas no es una buena forma de comenzar.
Pero volví a mirar para otro lado porque de la París Brest Paría no había nada
que me intimidase.
Lo
cierto es que ni siquiera me había mirado la hoja de ruta, ¿qué más me daba?,
porque, en el peor de los casos, si me llevase 72 horas, podría estar el jueves
en mi pueblo, ¿a qué debía temer?.
Al
final, y no sin apuros, pude completarla en 67 horas y 20 minutos y llegar a mi pueblo el jueves
para el comienzo de las fiestas, pero debo decir que se me hizo mucho más duro
de lo que jamás hubiese imaginado y durante toda la prueba tuve siempre esa
maldita sensación de estar a merced de los elementos sin poder llevar, en
ningún momento, la iniciativa.
Joder,
¡qué prueba más lamentable he hecho! fue lo que me dije a mí mismo al cruzar la
meta. Lo cierto es que fue, fui, un auténtico desastre.
No
obstante me quedo con lo que aprendí, que no es poco, y que me servirá tanto
para futuros retos como para realizar mucho mejor la próxima París Brest París.
La
cuenta atrás.
Capítulo 1. Solo
en una remota galaxia.
Los
repechos previos a Brest se me atragantaron y a la ciudad llegué maldiciendo.
Había
dilapido la paciencia en absurdas batallas contra los corredores que me fueron
acompañando, auténticos extraterrestres venidos de Suecia, Alemania, Estados
Unidos, Italia y Dinamarca.
No
hablaban, no ayudaban, no hacían grupo, sólo forzaban en los repechos como si
allí arriba hubiese una meta volante.
Poco
a poco su compañía, su comportamiento, me resultó insoportable y decidí
presentar pelea en las continuas emboscadas del recorrido.
Algunas
veces me quedaba atrás, y aprovechaba para rodar más tranquilo y recuperar
hasta ser abducido por otros marcianos, otras me alejaba y seguía apretando hasta
encontrarme con un nuevo grupo.
Y
así, a trompicones, llegué a Brest en poco más de 24 horas y media.
Sólo
el saludo de un corredor Vitoriano que volvía de Brest en la
cabeza de carrera, y con quien estuve hablando en la salida porque nos
conocíamos de alguna brevet de San Sebastián, me hizo sentir algo de compañía
en la carretera.
Capítulo 2. Una
pequeña tregua rodando en casa.
Me
dio moral, me hizo mucha ilusión, cruzarme con Rafa en su camino hacia Brest,
ni siquiera le vi, sólo pude oírle, pero fue un instante mágico, ¡qué alegría!.
Poco
después fui cogido por dos compañeros de Pamplona, conocidos de las Brevets de
Zaragoza.
Tras
tantas penurias en un ambiente completamente hostil, y al que no había sabido
adaptarme, conversar con dos viejos conocidos, contar con su ayuda, con su
afecto, me hizo sentir como en casa.
Llegué
con ellos al control de Carhaix-Plouguer (Km 698) donde mis prisas nos
separarían, en mi plan sólo había sitio para dos horas de sueño.
Capítulo 3.
Principio y fin.
Salí
deambulando del pabellón, donde apenas había estado una hora porque dormir más
de veinte minutos se me hizo imposible, diciéndome que ahora comenzaba el
verdadero reto y la motivación me guiaría hasta la meta.
Pero
aquella determinación se esfumó cuando en la carretera vi una pintada que
escupió “París 500 Km”. Sabía que llegaría, no tenía otro remedio, pero yo
quería irme a casa, quería estar en casa, y ante mí se abrió un nuevo, y
desconocido, mundo de penalidades.
Después
las luces de los cientos de corredores que avanzaban hacia Brest me reventaron
la vista y la cabeza, fue algo que no tenía previsto y no supe cómo afrontar.
Aquella dificultad, que convertía mi camino en un auténtico suplicio, acabó por desesperarme.
En
el siguiente control (Km 780) paré más de dos horas esperando a la salida del
Sol, ¡ni un paso más con tantos tipos viniendo de frente!.
Volví
a la pista en una mañana triste y húmeda en el que el sudor acumulado en el
pantalón largo (no llevé uno corto en la mochila porque esta ya no daba más de
sí) parecía impedir un movimiento fluido y ágil de las piernas, se había
quedado como fosilizado y la desagradable sensación de suciedad cada vez que me
sentaba en la bicicleta comenzó a ser inaguantable.
Capítulo 4. La
enfermería de los líos.
El
doctor de Fougeres (Km 911) me palpaba las tripas y yo ponía cara de que ese no
era el problema, tan sólo quería un Omeprazol para el dolor de estómago pero
hacérselo entender en mi desastroso francés fue imposible, y así acabé en la
camilla.
La
enfermera se rió cuando el médico me preguntó que cuánto tiempo llevaba sin ir
al baño y volví a insistir en que ese no era el problema, ¡sólo tenía el
estómago ardiendo!
Finalmente
recurrí a la escritura y al poco vino el doctor con una pastilla que, al no
parecerme el citado medicamento, ingerí con poca fe y resignación
Aquella
píldora apenas me alivió pero me vino bien la perdida de tiempo porque coincidí
con un cicloturista de Gerona que me
ayudó hasta el siguiente control (Villaines la Juhel, Km 1.008), mientras yo
vaya bien, dijo, no hace falta que des ningún relevo.
Antes
de Mortagne au Perche (Km 1089) paré a dormir tres horas en un sitio montado
por voluntarios que ofrecía las mismas incomodidades que las de los controles
oficiales (un catre estrecho y duro separado de las demás por un metro escaso)
pero más tranquilidad porque no había tanto trasiego de gente, ni tantos
ronquidos, ni móviles encendidos y demás molestias que me habían impedido en
las dos ocasiones anteriores conciliar un sueño profundo y reparador.
Bastante
público durante la prueba y agua y comida puesta por ellos al pie de la
carretera.
El
bravo corredor de Gerona (a la izquierda)
Algún
tramo en soledad.
Los
voluntarios que me dieron cobijo.
Capítulo 5. La
tercera noche.
Bueno,
venga, ahora sí que sí, ahora ya no queda nada, comenté con Ignacio y Beñat que
andaban esperando a Haritz en el control de Mortagne au Perche (Km 1.089).
Pero
había entrado en una espiral de cansancio y sueño de la que no pude salir hasta
los últimos kilómetros.
Yo
tenía que estar conduciendo hacia mi casa y sin embargo…
El
vaivén de la luz sobre la carretera se me hizo insoportable y en un repecho
opté por desmontarme de la bicicleta, el avance hacia París fue penoso pero
implacable.
Hice
aguas por todas las costuras y el sueño me atacó por sorpresa, hacía pocas
horas que había dormido tres horas y, sin embargo, parecía tener plomo en los
párpados. Desesperado asalté el portal de una iglesia donde descansé unos diez
minutos hasta que el zumbido de un grupo de italianos me despejó y decidí
engancharme a aquel grupo.
Nos
rodeaba un halo de cansancio y derrota, un silencio sólo roto por los
chasquidos de las bicicletas mal engrasadas que parecían crujir con cada
esfuerzo.
En
el último control vi a Fulgencio, conocido de la brevet 1000 del año anterior,
e hice con él y dos madrileños el último tramo yendo comodamente a rueda y
manteniendo agradables conversaciones sobre retos realizados y próximos eventos
por lo que mi llegada a París fue tranquila y llevadera.
Esta
señal solía indicar el final de un repecho.
El
último amanecer.
Línea
de meta, donde me encontré con un barbastrense conocido del 600 de
Zaragoza.