miércoles, 2 de octubre de 2013

Pirineos 1.938. El dorsal cuarenta y tres.


Él sabía que estaba acabado pero en la rueda de prensa actuó con disimulo, “ahora llega la montaña, mi terreno favorito” dijo el eterno aspirante mientras, para los flashes, forzaba una última sonrisa.

Aquel día se levantó cansado, se lavó la cara, se miró al espejo, aguanta un día más, maldita sea, masculló entre dientes.

Ya en la carrera, y por puro orgullo, y como guiño al pasado, miró hacia los lados aunque, como él esperaba, esta vez no vio nada o, al menos, nada que le importase.

Estaba cansado, más incluso que cuando se despertó por la mañana.

No había habido milagro.

Subió la montaña retorciéndose, vomitó el desayuno, también sus sueños, indigesta carga cuando son irrealizables.

Al cruzar la línea de meta, a varios minutos de los primeros, se sintió liquidado. Tal vez, en algún momento de su trayectoria pudo ganar, pero, la realidad, es que nunca lo hizo.

Y nada más triste que un final sin comienzo.

Por la noche se dio cuenta de que ya no podría exprimir nada más de la competición, esta ya no podía alimentar sus fantasías porque los quizás, sin dientes con los que morder, son puro artificio.

Y nada más tétrico que la luz de una bombilla iluminando el interior de una casa abandonada.

El viento siempre le dio en la cara hasta que dejó de soplar y, entonces, en seco, le cortó la respiración.

Pero no se retiró, siguió corriendo, tenía que aguantar, aunque fuese en la última línea de la clasificación, sin primeros planos, sin aplausos, en las tinieblas del olvido, tenía que luchar, y a cada paso más lejos, más en el fondo, camino de la nada, pero lo hacía por él, por sobrevivir, para sortear, un día más, el punto y final.





3 comentarios:

  1. ¿Porqué 1938? ¿Porqué el dorsal 43? La historia sirve para cualquier año, para cualquier dorsal, para una espalda cualquiera.
    Me imagino al protagonista alcanzando, queriendo alcanzar, la meta de la satisfacción, viéndola más cerca conforme más atrás marchaba, lejos de los engaños de los laureles. Aquél vómito fué purificador.
    Me lo imagino mirando los paisajes y oliendo los olores y guardándolos en un frasco de cristal, donde, desde niño, guardaba las cosas más inútiles y preciosas.
    Mk de B.

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  2. Muy bueno, de verdad. De una tristeza profunda, pero con un esperanzador fondo de rebeldía y obstinación frente a lo inevitable. Un saludo.

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  3. Gracias por vuestros comentarios.

    Un saludo.

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