La prueba.
Es una contrarreloj
de 3.300 Km y 23.000 metros de desnivel que rodea Alemania.
Tiene dos categorías: Sin asistencia, que es la que hice (límite horario de 12 días) y con coche de apoyo.
Es una prueba abierta de tal manera que uno puede elegir la fecha de inicio y salir desde uno de los 9 puntos de control. Yo lo hice desde Friburgo.
Al final me salieron 3.400 Km (cortesía de los cortes de las carreteras y pequeños extravíos) que completé en 10 días, 6 horas y 5 minutos.
Preámbulo. Una prórroga en Hamburgo.
Coronel Brandt: Capitán ¿Por qué
pidió que le trasladaran desde Francia?
Capitán Stransky: (…) Eso
exactamente lo que mi jefe superior en Francia me preguntó. No puedo
impedírselo me dijo (…) adelante ¡demuestre que es un héroe idiota! Un héroe
idiota, esas fueron sus palabras.
Capitán Kiesel: Retiro mi brindis
por el fin de la guerra. Por los héroes idiotas de todas partes.
Coronel Brandt: ¡Por todos los presentes!
Capitán Stransky: Mi Coronel, con su permiso, me gustaría aclararle algo al Capitán Kiesel. Pedí voluntario el traslado al frente oriental porque creo que aquí se necesitan hombres de clase. Ya es hora de destruir el mito de la invencibilidad rusa.
(De la película La Cruz de Hierro).
Una prórroga en Hamburgo, allá por el año 89, fue mi primer contacto con el Real Zaragoza.
Allí estaba el equipo de mi ciudad y allí estábamos las provincias zozobrando en un gigantesco e inabordable estadio alemán.
Un gol del Hamburgo en la prórroga, cuando el Zaragoza contaba
sólo con ocho jugadores sobre el césped, deshizo el empate y para casa.
Después vino el Borussia de Dortmund en el año 92 y se dio por buena aquella frase que Lineker pronunciara en el Mundial del 90 “el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania”.
Y me planto en la infancia porque si acudimos a los libros de historia, si miramos al cielo de los pueblos de España, este preámbulo se iría a las diecisiete páginas.
Quedémonos con que Alemania, en su primera representación, fue la viva imagen del poder y la eficiencia, un algo pétreo e imbatible.
Por ello, en cuanto descubrí esta prueba, me la anoté en la agenda.
Yo quería volar sobre Alemania al grito de vivan las provincias.
No me estudié el recorrido porque quise hacerlo como funcionamos por aquí, con más orgullo que método, apretando los dientes pero cierto aire desenfadado y que salga el Sol por donde quiera.
Aventura dedicada a las provincias.
Capítulo 1. Una blitzkrieg fallida.
Y te diré otra cosa. Empiezas a oler mal. Y para un ligón en Nueva York es un handicap (de la película Cow Boy de Medianoche).
Joder, no habían pasado ni 35 horas desde que comenzara en Friburgo y ya ando del revés en busca de un hotel. A esas alturas debería haber recorrido más de 800 Km por un terreno plano y favorable pero apenas llevo 650.
El bagaje resulta desolador pero, como aprendí en la París Brest París, cada prueba tiene sus particularidades, cuestiones que no puedes prever y contra las que te estrellas una vez iniciado el reto.
El paso por las ciudades, el continuo entrar y salir de los carriles bici, la tensión de algunos tramos con mucho tráfico, las carreteras cortadas, la dificultad de encontrar lugares donde comprar comida y una noche aciaga ralentizaron mi marcha hasta un punto inimaginable.
Y muy mal asunto llevar ocho horas de retraso en tan sólo día y medio.
Necesito una tregua, lamerme las heridas y reflexionar porque si quiero salir airoso deberé adaptarme a la hostil Alemania y deberé hacerlo pronto.
Salgo de Friburgo sobre las 7 de la mañana.
Poca broma con las obras.
El paso por Alsacia supuso un oasis de tranquilidad y quietud que agradecí mucho. La primera foto es de la Línea Maginot.
Más obras por la noche.
Repechos para desayunar, pueblos vacíos y carriles bici
Capítulo 2. El penúltimo ticket.
Voz al teléfono: Steiner ha vuelto.
Coronel Brandt: ¿Y en qué condiciones?
Voz
al teléfono: Como siempre.
Coronel Brandt: Bien, entiendo.
Coronel Brandt: ¡Vuelve Steiner!
Capitán Kiesel: Como es lógico.
Capitán Stransky: ¿Quién es Steiner?
Coronel Brandt. Para usted en cierto modo podría ser un
problema. Pero es un magnífico soldado. Y por eso hacemos la vista gorda.
¿Tiene algo que añadir Kiesel?
Capitán Kiesel: Steiner es un mito. Pero los hombres como él son nuestra última esperanza.
(De la Película La Cruz de Hierro).
Hago una triquiñuela en la rotonda de entrada a Glückstadt (Km 1.032) y me llevo la enésima pitada alemana. Pero me topo con la palabra pensión (se escribe igual en alemán que en castellano) y decido alcorzar.
He cruzado el canal en Ferry sobre las nueve de la noche, poco antes del último servicio. De haber perdido el enlace hubiese sumado otras seis horas de retraso, pero salvé el punto de partido y siento que he vuelto al reto. Estoy dentro, me digo.
Traspaso ese prometedor letrero y me encuentro en un salón de juegos atestado de máquinas tragaperras. Pero he leído la palabra pensión, sopla un viento helador y no doy marcha atrás.
Le pregunto a la mujer, una señora entrada en años, que está detrás de la barra, si hay alguna habitación disponible.
Sé que le he caído en gracia cuando me dice que dispone de habitaciones pero debe hablar primero con su jefe. No me ha mandado a paseo, bien. Observo los gestos de la mujer para intuir el devenir de la conversación pero no me dicen nada y toca esperar. Cuelga a los dos o tres minutos. Me dice que sí, que la noche cuesta 90 Euros pero me la deja en 60. Perfecto, le digo. Me ofrece un té, que acepto, surte de ceniceros el local (se ve que a partir de las diez se puede fumar) y se excusa porque tiene que ir a limpiar la habitación. El tiempo pasa despacio, para mí, que quiero descansar, y para los parroquianos quienes se ven huérfanos de cambio.
Soy un extranjero vestido de ciclista en una casa de apuestas que ha aparecido de la nada, en los albores de la noche, pero nadie repara en mí y paso desapercibido porque en Alemania cada uno va a lo suyo.
Vuelve a los veinte minutos, no encuentra sábanas limpias y debe hacer otra llamada, me dice. Aprovecha para ajustar un par de máquinas, dar alguna indicación a los que por allí deambulan antes de retirarse a preparar la cama. Ya está, dice a su regreso. He tenido que limpiar la habitación a fondo, se excusa.
A la pensión se entra por la parte trasera del edificio y observo como la puerta está decorada con motivos horteras y llamativos y tiene pinta de casa de encuentros.
Pero la habitación está limpia y dispone de todas las comodidades y, entonces, esa apariencia de puticlub, para mí, también parece pasar desapercibida.
Ha sido un buen día donde avancé más de 400 Km y duermo tranquilo con el reto bien encauzado.
Salgo de noche y me topo con más y más obras.
Día tranquilo por la frontera holandesa.
La lluvia estuvo presente casi todos los días.
Cruzo el primer canal con bastante margen de tiempo para llegar al segundo y último.
Carriles bici en los que no se puede rodar muy rápido.
Último canal y llegamos a Glückstadt, Km 1.032.
Pensión, casa de apuestas y posiblemente prostíbulo...pero tuve suerte y dormí bajo techo.
Capítulo 3. Un pequeño viento cálido
Frank:
Morton decía que nunca llegaría a ser como él. Ahora comprendo lo que quería
decir (…)
Armónica:
¿Te has convencido de que no eres un hombre de negocios?
Frank:
Soy un hombre.
Armónica:
Una vieja raza. Pero vendrán otros Morton y la harán desaparecer.
Frank:
Sí, pero el futuro no me interesa. ¿Sabes por qué estoy aquí? No por la tierra,
ni por el dinero ni por la mujer. He venido solamente por ti. Porque sé que
ahora tú me dirás de una vez lo que buscas.
Armónica:
Te arriesgas a no saberlo.
Frank:
Ya lo sé.
(De la película Érase una vez en el Oeste).
Cuando, ya por la
mañana, las primeras y suaves sacudidas del norte desarbolan mis defensas y se
incrustan en mis huesos pienso que venir por aquí con el abrigo que cabe en una
simple mochila no es lo más adecuado.
Pero me fío de mis
victorias contra el cierzo de enero, ese pequeño viento cálido tal como lo
definió un tipo de estas latitudes, y avanzo despreocupado al encuentro de la
noche, que la pasaré allá donde no pueda más.
La ciudad de Lübeck, ya
bien entrada la noche, devora mi paciencia y a los pocos kilómetros busco
acomodo en una parada de autobús para descansar.
El sitio no ofrece
demasiado confort pero puedo dormir algo hasta que el frío y la humedad se
adueñan por completo del lugar.
Joder, estoy en un puto
congelador y esto no da más de sí, me digo. Hay que seguir.
Me pongo a tiritar antes
del primer bostezo y debo ponerme la manta térmica debajo del chubasquero para mantener
la entereza.
Arranco fuerte para
entrar en calor y al amanecer, antes de las cinco de la mañana, la cosa ya está
superada.
Avanzo hasta las ocho de la tarde cuando me doy de bruces con un hotel y decido dar por finiquitado
mi periplo por el Báltico.
La región ha sido benévola conmigo y la he disfrutado pero pienso que de haberse encabritado también la habría superado.
Pero no lo hizo y dejo
la contienda en tablas.
Glüstackdt en la noche.
Vaivenes atmosféricos en el norte.
Bonitos pueblos y grandes ciudades, como la de Kiel.
Paso la noche en bici y mal durmiendo en una parada de autobús pero no tarda en amanecer y prosigo.
Y llegó al control de Wismar (Km 1.450) en buena hora para desayunar.
Aprovecho muy bien el día y paso Rostock y otros bellos parajes. Ruedo hasta las ocho de las tarde donde paro en un hotel.
Capítulo 4. Dos etapas en el Este.
Soldado: Steiner, ¿Cómo vamos a cruzar las trincheras rusas?
Cabo Steiner: Es cuestión de tiempo (…). Y lo conseguiremos, lo conseguiremos. A decir verdad, estoy empezando a disfrutar (…) aquí somos libres.
(De la película La Cruz de Hierro)
Continúo unos cien kilómetros más y paro a dormir en un hotel. Me
quedo sin cena, y sin desayuno, porque aquí se ciñen a sus horarios de una
manera implacable y nadie hace favores.
Por la mañana deambulo vacío, sin fuerzas, y siento que he llegado
al límite. Me arrastro por la carretera soñando con una panadería pero sólo encuentro pueblos vacíos y
decadentes, nada con lo que llenar el estómago.
Me salvan unos manzanos y cerezos que hallé en el camino. Creo que
estuve media hora surtiéndome de aquel maná y jactándome de mi buena suerte.
A partir de entonces desarrollo una regla que ya no romperé: el
estómago siempre lleno, la mochila con una ración y, cuando pases por una
panadería o gasolinera, para y coge lo que se te ofrezca.
Y siguen pesándome las calles sin gente. Todavía no me he adaptado al silencio de los paseos y bulevares, a la ausencia total de vida, al ambiente triste y desolador que reina allí donde tendría que bullir la vida, ¿por dónde viajan aquí las palabras?.
Así que cuando llego a los pueblos, da igual el tamaño, cien,
doscientos, quince mil habitantes, sigo teniéndome que repetir: “tranquilo,
ahora no vas a ver a nadie, pero no pasa nada, el mundo no se ha ido a la
mierda, tú tranquilo, aquí las cosas son así, sólo es eso”.
Y los carriles bici, las carreteras, casi caminos, que se abren
paso evitando las autovías, resultan a veces una carrera de obstáculos, y nunca
sabes si tendrás que dar un rodeo, saltar una valla o ponerte a levitar.
En Alemania cada día es una aventura y celebro mi llegada al
control de Chemitz (KM 2.300) porque cada tramo conquistado es una victoria.
Hago noche allí y me planteo hacer los siguientes tres tramos en
tres etapas (de 305, 338 y 380 Km).
El ambiente de tristeza de la región es difícil de sobrellevar.
Trampas al final del día y trampas al comienzo.
Y más soledad hasta el control de Chemitz (Km 2.300)
Capítulo 5. No es país para viejos.
Coronel Brandt: Los vagones de ganado o lo que quiera que manden
tendrán que llegar aquí a las doce. Suponiendo que los zapadores rusos no hayan
volado las vías. ¿Alguna pregunta?
Oficiales: No señor
Coronel Brandt: Pueden retirarse. ¡Sigan dando golpes de mano a todo lo largo
del frente! No me han escuchado, ni usted.
Capitán Kiesel: ¿Cómo ha dicho?
Coronel Brandt (tono irónico): ¿Para qué se necesitan las vías?
Cuando salgamos de aquí haremos otra guerra relámpago a través de Stalingrado y
hasta los arrabales de Moscú. ¿Qué haremos cuando perdamos la guerra?
Capitán Kiesel: Prepararnos para la siguiente.
No encuentro hotel en
Cham (Km 2.600) pero puedo cenar un par de helados y tomar un café. Con el
estómago lleno y seis piezas de repostería en la mochila la noche se ve de otra
manera y me lo tomo como la oportunidad de poder bajar de los diez días.
Me aferro a ese
bonito objetivo y me quito unos cuantos kilómetros antes de parar en una parada
de autobús a dejar correr las últimas horas de oscuridad. El sobre esfuerzo
final, me digo.
Pero, desde ese
momento, Alemania me envía un sinfín de tormentas y no me queda otra que
avanzar a trompicones, de pueblo en pueblo, de refugio en refugio, a merced del
territorio sin poder alcanzar nunca el ritmo necesario.
El frío y el agua consumen
mis reservas y la última tarde, en el penúltimo día, caigo en la cuenta que ya
no me quedan fuerzas para afrontar los últimos 180 Km del tirón, rodar de noche
y acabar de madrugada.
Y así llego a
Friburgo en diez días y seis horas.
Después de tanta soledad no sé como acogerás la vuelta a lo que dicen normalidad. ¿Descanso?, ¿nostalgia?.
ResponderEliminarUn poco de todo...cuesta volver a la rutina...
EliminarHola, Samuel. Vaya experiencia. A pesar de todas tus desventuras, ¿gratificante? Pufff, noches en paradas de autobús, algunas sin comida, carreteras cortadas por obras, lluvia, frío, soledad... En esta ocasión, más que aventura veo desventura. Eres admirable por tu capacidad de sacrificio. Te felicito por tu fortaleza.
ResponderEliminarSaludos.
Hola. Sí, fue un viaje muy gratificante. He conocido un poco más lo de fuera y también he aprendido. Una bonita aventura que deja ganas de más.
EliminarQué duro tuvo que ser por momentos. Pero te rehaces como ave fénix en los senderos desconocidos. Me encanta que hayas ampliado el repertorio cinéfilo. Por cierto, cada vez que la escucho me parece más genial: "Y te diré otra cosa. Empiezas a oler mal. Y para un ligón en Nueva York es un handicap." Lo dicho, Sam, enhorabuena por tu nueva aventura y contarla del modo como lo haces. Me despido con estas palabras de Nietzsche (La gaya ciencia) a propósito de tu diario: "no somos ranas pensantes, ni tampoco aparatos de objetivar y registrar, con frías entrañas. Hemos de alumbrar constantemente nuestro pensamiento con nuestro dolor y darles maternalmente cuanto poseemos de sangre, corazón fuego, placer, pasión, tormento, conciencia, suerte y destino. Vida significa para nosotros todo cuando somos, cambiar continuamente en luz y en llama". Un abrazo hermano.
ResponderEliminarTrascribo a Nietzsche sin erratas: «no somos ranas pensantes, ni tampoco aparatos de objetivar y registrar, con frías entrañas. Hemos de alumbrar constantemente nuestros pensamientos con nuestro dolor y darles maternalmente cuanto poseemos de sangre, corazón fuego, placer, pasión, tormento, conciencia, suerte y destino. Vida significa para nosotros todo cuanto somos, cambiar continuamente en luz y en llama»
ResponderEliminarEnhorabuena Samel, muchas gracias por compartir de esta manera un viaje tan intenso.
ResponderEliminarQue bien escrito está todo. Hace que lo vivas!
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