lunes, 12 de agosto de 2019

Crónica de la Race Across France. 2.560 Km y 37.000 metros de desnivel. Del 28-07 al 05-08.




La prueba.

Es una carrera (aunque dado mi nivel yo no me la tomé así) de 2.560 Km y 37.000 metros de desnivel que cruza Francia desde Mandelieu-Napoule (cerca de Niza) hasta Le Touquet (cerca del paso de Calais) pasando por los Alpes en un recorrido muy exigente.

Tiene dos categorías: Sin asistencia, que es la que hice (límite horario de 8 días) y con coche de apoyo (7 días).

Durante la prueba había cuatro cortes horarios descalificatorios (KM 348, 545, 1.040 y 1.500).

Nos dimos cita 25 corredores (5 con apoyo y 20 sin asistencia) y pudimos acabarla 11 (2 con coche de apoyo y 9 sin apoyo).

No se puede ir en grupo ni a rueda, la prueba es una contra-reloj, y la organización dispone durante todo el recorrido de tan solo seis puntos de apoyo, de los cuales en tres se podía dormir y en el resto comer algo.

En la categoría de sin asistencia la organización amplió el margen horario hasta los 8 días y 15 horas pero yo siempre mantuve como referencia los 8 días iniciales.

Al final pude completarla en 7 días y 20 horas.

Capítulo 1. El momento es ahora.

Llevo cuarenta y dos años pensando que lo que vivía no era importante porque era como, como provisional, como si estuviese esperando destino. Y mientras estaba en la cola esperando pues trabajaba y estudiaba como un negro porque tenía que ser así, porque más adelante iba a llegar mi vida, mi verdadera vida. (De la película Las verdes praderas de José Luis Garci).

En mi juventud pasé las soporíferas clases de Estructura Económica Española pensando en cómo añadir más puertos a los recorridos veraniegos para pasar de los cien kilómetros.

Más adelante, en los días de trabajo aburridos, me evadía imaginando más aventuras en busca de una nueva vuelta de tuerca.

Fueron cayendo marchas cicloturistas, brevets y demás desafíos, siempre dando un paso al frente, siempre en guardia para un algo todavía indefinido y amorfo.

Y cuando apareció la Race Across France sentí que llevaba toda la vida soñando con esto.

Estar en la salida ya me hizo sentir orgulloso de mí mismo, había llegado más lejos de lo que nunca podía haber imaginado.

Así que avancé en una nube bajo la lluvia inicial, frente al terrible viento del Mont Ventoux y al huracán que sopló en el Col de la Rousset.

Gasté muchas energías por la presencia del viento, que se cobró ya un sinfín de abandonos, pero todo me fue bien hasta el pie del Alpe D´Huez, allá por el kilómetro 650.

Comenzamos saliendo a intervalos de dos minutos.




Lluvia en los puertos iniciales.



Bonitos cañones antes del Mont Ventoux.


En el Mont Ventoux (km 340) el viento anda desbocado y la organización avisa de que hay rachas de más de 80 Km/h y una sensación térmica de bajo cero en la cima. Debo reconocer que subirlo así me gustó porque las tres veces en que ya lo había hecho nunca sopló su famoso viento.


La noche pasa y sigo afrontando puertos y atravesando bonitos lugares como el Col de la Rousset y otras gargantas (km 540).






Capítulo 2. Alpes.

Comentarista: Robinson está castigando duramente a Lamota, le golpea una y otra vez, lo tiene acorralado. Lamota se encuentra en un auténtico callejón sin salida, Robinson está colocando golpes muy precisos en uno de los más feroces ataques que hemos presenciado. Robinson ha golpeado sin cesar a Lamota haciendo que este se tambalee apoyándose en las cuerdas.  Los golpes de Ray son terribles, demoledores, ¿por cuánto tiempo va a soportarlos Lamota?, no hay hombre que pueda aguantar semejante castigo. Y a pesar de todo lo que ustedes han podido ver, Lamota no quería abandonar, quería seguir.
Lamota: Eh, Ray, yo no me ha caído, no me has derribado Ray, me oyes, no me has derribado, mírame.
(de la película Toro Salvaje de Martin Scorsese).

Un soplo de fuego me da la bienvenida en las primeras rampas del Alpe D´Huez.

Kilómetros atrás decidí pasar la primera noche tras coronar el alto (Km 668) y allí reservé una habitación, pero fue un error garrafal, tenía que haber parado antes.

En una de sus míticas curvas no aguanto más y acabo por vomitar, algo se me ha cruzado en el estómago, mi cuerpo no ha podido con todo.

Penosamente consigo terminar la ascensión pero en el hotel no puedo cenar ni desayunar porque no me pasa la comida y solo consigo echar la pota una vez más.

Reemprendo la marcha a las tres de la mañana tras cinco horas de sueño que, pensé, serían suficientes para recuperarme.

La ascensión al col de Lauterat, siempre con porcentajes modestos, la hago arrastrándome y debo parar varias veces para coger aliento. Voy fatal.

El Galibier (2.600 metros de altitud) resulta espectacular y bajo aquellos paisajes recupero el brío.

Como bien tras descenderlo (Km 756) y pienso que lo peor ya ha pasado.

Pero los kilómetros siguientes son un rosario de paradas; voy deshidratado, estoy seco.

Tras una siesta de cuarenta minutos, la enésima, me levanto y suelto un grito gutural, ¡Va!. Pienso en todos los esfuerzos que he hecho para estar allí y me monto en la bicicleta enrabietado.
Vuelvo a la carga y, esta vez, consigo mantener una velocidad constante. La alegría me invade y me emociono mientras avanzo a buen ritmo en busca del Col de Iseran (2.700 metros de altitud, Km 830), que corono disfrutando cada uno de sus bonitos rincones.

Llego al control de la Val de Isere (Km 846) cerca de las diez de la noche. Recorrer 160 km me ha llevado 19 horas.

Ceno algo y tras dormir un par de horas en un sofá del polideportivo, que sirve de punto de control, arranco. Quiero evitar el corte horario del Km 1.040 y no tengo tiempo para más.

Afronto Cormet de Roselend (19 Km al 6% de pendiente media) de noche. Comienzo bien pero los kilómetros finales se me hacen muy pesados. Avanzo a seis kilómetros por hora, un kilómetro cada diez minutos, y no puedo revertir la situación; siento que me he quedado pegado al suelo y me hundo; hacer los cuatro últimos kilómetros me llevará casi una hora.

El siguiente puerto, tras un descenso lento y penoso por el cansancio, no es muy duro pero igualmente lo paso como una tortuga.

Todo me cuesta un mundo, he subestimado a los Alpes, mierda.

El último puerto alpino, La Colombiere, es un auténtico infierno. Aquejado de una fuerte diarrea debo parar cuatro veces en sus rampas para hacer mis necesidades y el último kilómetro lo hago andando.

Acabo los Alpes agotado y enfermo, han sido treinta y siete horas muy duras en las que solo he podido avanzar 371 Km.

Pero sigo en liza y no pienso retirarme, tengo margen para recuperar y sé que lo conseguiré; mientras siga en la carrera, me digo, todo es posible.


Paro varias veces subiendo el Alpe D´Huez y aprovecho para hacer alguna foto.


El Col del Galibier, a más de 2.500 metros de altitud resulta espectacular.



El Col de Iserán, y sus más de 2.700 metros de altitud, resulta un oasis de felicidad.





Cormet de Roselend, terrible.


Las Saises, igual.

De La Colombiere mejor ni hablar.

En el Lago de Anency (Km 1040) se acabó el suplicio.


Capítulo 3. Rumbo oeste.

Un blanco monta un caballo hasta reventarlo y luego sigue a pie. Llega un comanche hace que el caballo se levente, lo monta veinte millas más y luego se lo come. Esa es la diferencia (de la película Centauros del desierto de John Ford)
.
En el control de Talloires (Km 1.040) me ducho y duermo unas dos horas antes de reemprender la marcha, sobre las nueve de la tarde.

Mal asunto empezar cara a la noche pero llevo mucho retraso (para los siguientes 1.500 Km dispongo de 4 días y 8 horas) y no tengo elección.

Paso la noche a base de dormir una hora al raso y, tras el amanecer, empiezo a carburar. Los problemas intestinales me obligan a realizar varias paradas durante la mañana pero al medio día han quedado superados.

Por la tarde, con 1.350 Km ya recorridos, siento que ruedo por un terreno próximo a mi hogar. Algo en mi cabeza me sitúa entre Olorón y los Pirineos, ¿cómo que no he venido nunca por aquí con lo cerca que está de mi pueblo? me pregunto en medio de aquella ensoñación.

La realidad es difícil de sobrellevar; estoy a cientos de kilómetros de mi casa, cansado, mal dormido, solo y avanzando al encuentro de otra noche donde unicamente hallaré pueblos de un aspecto fantasmagórico con las luces apagadas ¿de qué o quién se esconde esta gente?.

Así que me dejo llevar por el engaño y la agradable sensación de calidez que me reporta.

Sigo avanzando y voy pasando la tarde-noche durmiendo un poco aquí (una hora en un hotel de Guengon, Km 1.467) y otro poco por allá (media hora en la furgoneta que la organización tenía en el Control de Nevers, Km 1.517).

Desayuno en Giers (Km 1.660) y continuo hasta el Km 1.800 donde, a eso de las ocho de la tarde, cojo un hotel para realizar una buena parada; cena caliente, ducha y cinco horas de cama.
Al decisivo envite final quiero llegar descansado.

Un puerto suave cierra los Alpes y me adentra en una Francia tranquila y sosegada.


Trampas que amenizan la noche.


Cremieu (Km 1.220).


“Cerca de casa” camino de Guengon.



Giers.



Blois (Km 1.713)



Parada para dormir.



Capítulo 4. Un día de turismo.

Normalmente mis posibilidades de salir con vida de un encuentro con Nicky eran del 99% pero, esta vez, cuando le oí decir doscientos metros más al sur, me di a mí mismo un 50% (de la película Casino de Martin Scorsese).

Salgo a las tres de la mañana, tengo por delante 750 Km que deberé afrontar en 49 horas.
En condiciones normales me podrían sobrar 15 horas pero llevo ya mucho tralla en el cuerpo y mi rendimiento es toda una incógnita.

Empiezo suave y voy parando donde veo la oportunidad de comer algo. Mi estrategia pasa por ahorrar energías y seguir recuperando tras un sueño largo y reparador.

Disfruto mucho el tramo por la Bretaña francesa, que me parece un lugar idílico, y sigo haciendo kilómetros muy sosegadamente. Respiro, estoy bien.

El paso por la playa de Omaha (desembarco de Normandía) lo hago de noche pero igualmente me impresiona. Ruedo pegado al océano unos cientos de metros, oyendo las olas romper contra la costa y aprieto el paso ante el temor de ser engullido por la inmensidad del Atlántico.

El tramo nocturno se me hace durísimo y debo realizar tres pequeñas paradas para superarlo. No me cunde como esperaba y, en el desayuno (Km 2.200), viendo el retraso que llevo, doy por liquidada la ilusión de llegar a la meta de día y evitar enfrentarme a un último tramo nocturno.

Mantengo intactas las opciones de acabar dentro del corte horario, aunque tendré que emplearme a fondo.

Amanece sobre el Loira.


Bonitos pueblos y parajes por la Bretaña francesa y alrededores.









Paro a comprar algo en una tienda y pregunto si hay algún bar abierto en el pueblo. El tendero me dice que no pero me hace un café. Después me regala un par de postales y sale a darme algo más de comida. Me pareció un gran gesto que le devuelvo poniendo una foto del Ayuntamiento de su pueblo, motivo de una de sus postales.


Playa de Omaha.


 Capitulo 5. Redención y victoria.

Todo el que quiera seguir con vida, será mejor que se largue. Bien, ahora voy a salir, no dudaré en matar a quien vea fuera y si alguien se atreve a dispararme además de matarle a él, mataré a su esposa, y a sus amigos, y quemaré su maldita casa. Estáis avisados. Os recomiendo que enterréis a Ned. Y otra cosa, no se os ocurra maltratar a ninguna otra puta porque volveré y os mataré a todos hijos de perra (de la película Sin Perdón de Clint Eastwood).

Pasado el puente de Normandía (Km 2.250) me huelo la trampa.

Como la noche me envuelva, me digo, a ochenta kilómetros de meta ya no llegaré en el límite horario (cuatro de la madrugada) porque no podré aguantar un tramo nocturno tan largo.

Meto el turbo y paso un sinfín de repechos a toda velocidad; criado en los pliegues del Prepirineo aquellas cuestas no me plantean ninguna oposición y avanzo desbocado.

El terrible ambiente de tristeza y aburrimiento de la región, con sus bares y tiendas cerradas, con sus gentes viviendo de puertas para adentro, me pone los pelos de punta y me hace sentir incómodo, siento que es un lugar imposible para la vida, al menos tal y como la concebimos aquí.

Llego al último control (Km 2.450), que no es más que un pueblo gris y triste, sobre las siete y media de la tarde, a ciento cinco kilómetros de la meta.

Siento la noche a mi espalda, como estirándose para atraparme.

No mires atrás y sal de aquí pitando, me digo.

Cuando la noche me alcanza tan solo me quedan cuarenta y cinco kilómetros para la meta y sé que lo conseguiré.

El viento entra fuerte desde la costa pero cargo contra él con fiereza porque vengo del país del cierzo y debo rendir tributo a mi región.

Envuelto en un Dejá Vu constante, resulta increíble pero cada recodo del camino me resultó familiar, termino a las doce de la noche, cuatro horas antes del cierre horario.  

Bonita iglesia.


Puente de Normandía y desembocadura del Sena.



Repechos poco antes de llegar a los últimos cien kilómetros.



Blagny sur Bresle.

Foto final. Con el participante de la foto me crucé un sinfín de veces durante todo el recorrido.














































Y ahora a descansar y a pensar el siguiente reto. He acabado este muy contento y el formato de la prueba me ha gustado mucho. Ya veremos lo que se puede hacer al año que viene.