miércoles, 28 de mayo de 2014

Crónica de la Barcelona Perpignan Barcelona, 24-05-2014


Sobre el papel el Real Zaragoza no tenía que haber tenido problemas en liquidar aquella final pero no tuvo el día y el Celta se le atragantó.

Y se llegó a la lotería de los penaltis.

El equipo que a esas alturas tiene que estar de celebración suele hundirse porque tiende a mirar hacia atrás, en busca de respuestas, en vez de afrontar la cruda realidad. Y tiembla, pierde la concentración.

Pero aquel día de 1.994 el Zaragoza demostró aplomo y oficio. Metió sus cinco penaltis, Cedrún paró uno y el equipo construyó uno sólidos cimientos sobre los que seguir creciendo.

El recorrido, perfectamente señalizado por la organización, fue el siguiente (en negrita los controles-avituallamientos): Barcelona- Lloret de Mar- Torrella de Montgrí- Llançà- Portbou- Argeles Sur Mer- Amelie les Bains- Darnius- Boadella i Les Escaules- Besalú- Olot- Sant Esteve d´en Bas- Folgueroles- Calders- Forat del Vent- Barcelona.

La ruta, que la empecé con mi amigo Jon, abarcó 600 Km y 6.000 metros de desnivel y pude completarla del tirón (entiéndase sin parar a dormir) en 28 horas.

Aprovecho para agradecer a la organización y a los voluntarios el magnífico trabajo que desempeñaron y recomiendo este evento a todo cicloturista. Es una de esas marchas que cuando se acaban uno sólo tiene la certeza de que volverá.

Capítulo 1. Con la pólvora mojada

Llegaba muy bien preparado para afrontar la ruta sin agobios pero la semana anterior el Sol se esfumó, no hubo bicicleta, y bajo la lluvia las preocupaciones se comieron muchas horas de sueño.

Cuando el sábado sonó el despertador supe que iba a ser un día muy duro; eran las 4:15 y ya estaba cansado.

Y en los primeros kilómetros empecé a enterrar aquellas ilusiones que hablaban de un día despreocupado con copiosos avituallamientos y un sinfín de risas entre nuevos compañeros.



























































































































Capítulo 2. Zozobrando

En Portbou (Km 236) pude ver un velero deslizándose, como sin esfuerzo, sobre las calmadas aguas del Mediterráneo. Se trataba de un paisaje idílico, de una tarde perfecta, igual que en mis sueños y, sin embargo, no pude sentir nada porque aquello no iba conmigo.

Lo cierto es que yo me arrastraba al son que marcaban los vaivenes de la carretera y empecé a hundirme bajo el terrible peso de los casi 400 Km que aún debía recorrer.

Afortunadamente compartí mis penas con Jon, que tiró todo el rato, y dos ciclistas más (de uno de ellos hablaré más adelante) que nos encontramos en el camino y en el avituallamiento de Amélie-les-Bains (Km 311) pude desconectar y aparcar las preocupaciones gracias a una amena conversación.

Y al levantarme de la mesa pensé que, a lo mejor, lo peor había pasado.





Capítulo 3. Una retirada ordenada

Pero comenzó un puerto y en la parte final me descolgué.

La esperanza es lo último que se pierde pero estaba preparado para esta situación y cuando llegó el momento supe encajar el golpe y dar con la solución acertada.

A Jon (con el que me reencontré poco antes del cuarto avituallamiento, Km 361, porque había dado media vuelta en mi búsqueda) mi nuevo plan pareció indignarle pero era de una lógica aplastante y yo ya había tomado la decisión.

Le di la llave del hotel (compartíamos habitación) y le dije que siguiese con los otros dos ciclistas sin esperarme. El domingo nos esperaba un largo viaje y él tendría que afrontar las dos últimas horas solo. Y cuanto antes llegase más tiempo podría descansar. Además, yo iba a ir más tranquilo sin ningún tipo de presión por llegar pronto y necesitaba recuperar.

Tenía pensado esperar en ese avituallamiento a que llegase alguien por detrás pero finalmente me animé a salir con ellos y, sorprendentemente, pude aguantar hasta el siguiente control (Km Sant Esteve, Km 430).

Fue, como me dijo uno de los compañeros, un gran acierto. Me había ahorrado 70 kilómetros en solitario.

Capítulo 4. Aguantando la embestida

En Sant Esteve (sobre las 12 y media de la noche) no hubo falsas esperanzas, sabía lo que me esperaba y obré en consecuencia.

Dejé de pensar en los 270 Km que me quedaban para llegar a Barcelona y me centré en los 52 Km que me separaban del siguiente avituallamiento.

Nada más salir comienza el Coll de Condreu (Km 430) y en la primera rampa dio inicio mi periplo en solitario.

Avancé a trompicones y el frío de la cima me hubiese golpeado sin piedad de no ser porque llevaba puesta toda la ropa de abrigo.

Y con el tacto de aquel aquella indumentaria, la misma que llevo en las salidas invernales con la bicicleta de montaña, me acordé de mis caminos, de mis paisajes, rodaba por un terreno desconocido e inhóspito y muy tocado fisicamente pero me acompañaban mis montañas, mi casa, mis recuerdos y continúe con paso lento pero firme, de momentos más duros, allá en el oeste, me dije, has salido.

Llegué a las 4 de la madrugada a Folgueroles (Km 482) y tras una agradable conversación con los voluntarios (que además conocían la zona de Jaca por haber participado en la Quebrantahuesos), con el estómago lleno y quedando menos de dos horas para que amaneciese recuperé el optimismo.

Pregunté a qué hora había pasado mi amigo y me dijeron, creo recordar, que a las 3:25. Sí, había tomado la decisión adecuada.

Y disfruté mucho el amanecer camino del último control (Calders, Km 530).










Capítulo 5. El reloj que no avanza

Bajando el Coll de Lligabosses (Km 550, más o menos) no tenía molestias físicas ni tampoco se me cerraban los ojos pero me costaba mantener la atención en la carretera y cuando vi que aún eran las ocho de la mañana me derrumbé.

Tenía la certeza, sabía, que no llegaría a la meta hasta las diez y aguantar dos horas más me pareció imposible.

Me había confiado, había bajado la guardia, lo di por hecho y ahora sólo me quedaba avanzar a la deriva y confiar en que la inercia me guiase hasta Barcelona.

Pero se obró el milagro y me rehice cuando pasé por Castellar (creo que era este pueblo, Km 562). Me sentí a salvo en sus calles, parando en sus semáforos, rodando despacio para mirar la señalización, viendo a la gente pasear y cruzándome con muchos ciclistas que salían de la gran ciudad.

De repente el reloj comenzó a avanzar mientras seguía pasando por más pueblos (o ciudades dormitorio) despreocupado y devorando esos últimos kilómetros.

Y así, cansado pero entero, llegué a la meta con la sensación de que hubiesen pasado tres o cuatro años porque la ruta dejó un torrente de pequeños y entrañables momentos, la prueba dejó una magnífica experiencia sobre la que cimentar futuros proyectos.






NOTA: Uno de los ciclistas con los que rodé parte del recorrido estaba afectado por la esclerosis múltiple y hace este tipo de pruebas para demostrar a todo el mundo que, pese a la enfermedad, “sí, se puede”. Tiene una web  http:/jllayola.wix.com/sportislife cuya visita os recomiendo. ¡Hizo un tiempo de 26 horas y 48 minutos!

Mi amigo Jon completó la ruta en 26 horas y 47 minutos.

Página con toda la información de la prueba: http://bpb2014.blogspot.com.es/

lunes, 19 de mayo de 2014

Accous, Mauleon, Saint Jean Vieux, Larrau, Issarbe, Arette, Accous


Las fotografías las realicé en la noche del viernes al sábado en el itinerario descrito en el título. Fueron 220 Km y unos 3.200 metros de desnivel.

Cuando, en noviembre, hice mis cálculos con la hoja de ruta de la brevet 1.000 de Zaragoza caí en la cuenta de que, si todavía aguantaba, me tocaría rodar una segunda noche después de llevar unas 38 horas sin dormir.

Llegado el caso no me preocupa que el sueño me derrote, eso es algo que no puedo controlar ni entrenar. Pero lo que no puede pasar es que sea el miedo a lo desconocido, y no una amenaza real, lo que me haga desistir.

Por eso el pasado viernes salí con la bicicleta a las nueve de la noche tras catorce horas despierto por los quehaceres del día a día.

Tenía que rodar en lo desconocido, acostumbrarme a romper con lo establecido.

La crónica la he ordenado por capítulos y después he puesto las fotografías (que dadas las horas no son gran cosa) y un pequeño comentario.

Capítulo 1. El  enemigo número uno.

Estas rutas tienen un riesgo más que las jornadas diurnas porque si algo sale mal acabarás siendo juzgado por aquellos cuya única ley es la del beneficio, esos que viven envasados al vacío porque allí la mentira se conserva mejor.

Me los imaginé comentando la noticia y tildándome de inconsciente, ¿qué hacía este payaso yendo en bici de noche?.

Para no ser preso de sus redes, y ser engullido por la corriente, para hacer cosas diferentes a lo socialmente establecido hay que tener confianza en uno mismo, hay que aferrarse a la experiencia y al conocimiento del oficio.

Y la hora y media que tardé en llegar con el coche al punto de partida no lo dudé ni un minuto, sabía lo que me hacía y, entonces, ¿qué importan los tertulianos?

Capítulo 2. Rompiendo el punto muerto.

Conforme me acercaba al puerto de Bagarguy (o iraty) el miedo se iba acentuando. Tenía miedo al frío, a la ausencia de pueblos y casas, y a que las grotescas formas de los árboles bajo la tibia luz de la luna, junto con el ulular del viento, y el ruido de los pájaros, y los ladridos de los perros custodiando el ganado, y el sueño, creasen fantasmas irreductibles en mi cabeza, tenía miedo a ser presa del pánico.

Pero el miedo tiene una duración limitada. A veces dura hasta que cruzas la línea y compruebas que no hay nada a lo que temer. A veces dura hasta que te vence y retrocedes.
Lo que dura para toda la vida es la zozobra de no haberte enfrentado contra él, de no haber presentado batalla, de no saber qué es lo que hay un poco más allá.

Y esta ruta iba de eso, de cruzar la línea y ver qué pasa.

Y no pasó nada.

Capítulo 3. La otra orilla.

La soledad no es rodar en solitario, a deshoras, sabiendo que no te vas a encontrar con nadie.

La soledad es una máquina de café encendida, y visible, detrás de una puerta cerrada y saber que no habrá nada para ti, la soledad es mirar, con la única compañía de la carencia, las contraventanas de las casas sabiendo que si se abriesen sólo encontrarías miradas de desconfianza y recelo.

En Larrau miré el reloj. Tan sólo quedaban dos horas para que llegase la luz del día, para volver a pedalear dentro de contexto y la victoria sólo era cuestión de tiempo, de seguir pedaleando.

Capítulo 4. Victoria aplastante.

En la hora de las fotografías borrosas, y de la luna sobre el fondo azul, me vinieron a la mente las dos palabras del título.

Lo cierto es que llegué con fuerzas, no tenía sueño, no estaba impaciente por acabar y fue un momento de euforia porque durante toda la ruta no encontré ningún motivo para no seguir avanzando con paso firme al tres de agosto.

Y próxima estación, Barcelona.


Salgo pasadas las nueve de la noche y la luz va desapareciendo sobre el valle del Aspe.


Primer paso por Arette.





El modesto Col de Osquich y la luna llena dejan magníficas vistas pero mi cámara no es capaz de captar gran cosa.




Vida en Lacerveu.



Hay que tener mucha precaución con los bordillos apenas visibles durante la noche.



Maquinaria agrícola cerca de Saint Jean Vieux.



Saint Jean Vieux. Hay un bar abierto y aprovecho para echar un café y comprar una Coca Cola. En Francia, no me pregunten por qué, la gente no se extraña de que un ciclista entre a la una de la mañana en un bar y la camarera preguntó, con total naturalidad, si el refresco era para llevar o tomar.
Aproveché la luz de las farolas para hacerle una foto a mi bicicleta suplente.



El Col de Iraty o Bagarguy tiene un puerto intermedio llamado Burdinkurutzeta. Es muy duro, pues salva 800 metros en 9 kilómetros, pero siempre se me ha dado bien.





El punto luminoso debajo de la luna son los ojos de un caballo. Al menos tengo compañía.



Tan cerca y, sin embargo, aquella máquina de café resultó inalcanzable.





Bueno, es un trabajo tan malo como otro cualquiera: duermo poco, ando mucho y lo que veo no me gusta nada (de El Crack II).



Descenso muy lento por el frío y peligroso por la presencia de ovejas en la carretera.



Larrau pueblo. Llego descompuesto por el frío porque la parte baja la carretera discurre junto a un río y la humedad me ha dejado empapado por fuera y el sudor de la ascensión empapado por dentro.



No tenía pensado subir el Col de Issarbe (que comparte con el Col de Soudet gran parte del trazado) pero he llegado demasiado pronto y prefiero que el amanecer, el momento de mayor somnolencia, me pille subiendo. Durante la ascensión me adelantan dos coches, llevaba casi cinco horas sin cruzarme con nadie.



La luz del foco baila al son del manillar y resulta agotador. Durante algunos tramos lo apago y me ciño a la línea blanca del centro de la carretera. Fue un lujo que me pude  permitir porque no tenía nada de sueño.




La luna me ha acompañado durante toda la noche y ahora convive con un incipiente azul. El Sol no tardará en llegar.






No hay que bajar la guardia. Los reflejos andan mermados y el descenso del Col del Issarbe no está exento de complicaciones.



Y me encontré un lugar donde nunca antes había estado porque, a veces, para viajar no hace falta irse muy lejos.



Cumplidos los objetivos el último tramo se me hace muy pesado. Además ya llevaba unas 27 horas sin dormir.





jueves, 15 de mayo de 2014

Fiscal, Los Molinos, San Victorián, Fanlo, Fiscal

Las fotografías las realicé en el itinerario descrito en el título ayer después de trabajar. Fueron 113 Km y unos 1.200 metros de desnivel.

Antes de ayer, martes y trece ¡ojo!, echo la tarde andando con tres amigos, o sea, ocho patas y cuatro patanes y se produce un balance de cero esguinces y cero complicaciones.

Y ayer, sin embargo, la ruta fue un rosario de incidencias, ¡manda huevos!

El caso es que habiendo luna llena me preocupaba la aparición, siempre estelar, del hombre lobo pero, sin embargo, me encontré con la bruja…avería.

Total que a los 60 km el pedalier se pone a bailar de lado a lado y me obliga a recortar la ruta y a penar en el nuevo, y mermado, trazado.

Mencionar también que tuve dos pinchazos. Aunque uno de ellos fue de noche, motivo por el cual, y quedando tan sólo un kilómetro para llegar a Fiscal, dije que tururú y que el marrón se lo coma el Samuel del futuro así que ese no cuenta (de momento).

Pero tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza ni quejarse demasiado porque en la carretera estos contratiempos son siempre pequeñas anécdotas y aquí no ha pasado nada.


Subiendo al Monasterio de San Victorián y unas fotos del lugar. En el templo coincidí con un señor que resultó ser muy amable pues cuando me vio arreglando el primer pinchazo se ofreció a recogerme.








Templo antes de llegar a Laspuña.


Tal y como está mi bicicleta… alto riesgo de hacerse los próximos 20 km andando.

El cañón de Fanlo siempre resulta espectacular.


Se va yendo el Sol.



Y va viniendo la luna.

Sarvisé