No será para tanto, me dije a mí mismo, cuando el ciclista francés me avisó de lo que se nos venía encima.
Pero me tuve que tragar aquella fanfarronada cuando me encontré peleando en un territorio hostil, inhóspito, con pequeños pueblos apenas
habitados y donde no hallé más Ley que la del Sol.
Las subidas, largas y exigentes, se sucedían en una
sinuosa carretera que parecía ramificarse en progresión geométrica, y, una vez que mi compañero se desdibujó en el horizonte, empecé a añadir kilómetros extras.
Mi primer extravío, camino
de Pons (Km 436), se saldó con diez kilómetros y un puerto de más.
En Lo Nayrac (Km 460) no eran las siete de la tarde pero dado
lo agreste del lugar y los caprichosos horarios franceses no me arriesgué y
paré a cenar.
Carreteras estrechas y exigentes.
Un pueblo típico.
Un oasis con sus cantos de sirena.
Capítulo 3. En la misma piedra.
La segunda noche siempre se me ha atragantado pero pasé por Severac le Chateau (Km 526) sin hacer caso de las luminarias de los hoteles.
Tenía que volver a intentarlo y obre en consecuencia.
Sin embargo tuve que ceder y acabé realizando dos paradas de media hora bajo un cielo despejado y una ligera brisa que, sorteando la manta térmica, parecía incrustarse en mis huesos.
Con las primeras luces del día estrujé aquel aparatoso abrigo y lo arrojé a la basura, ¡ni un trasto inútil en mi mochila!.
Lo cierto es que, ante la enésima decepción, acabé aquel tramo enrabietado y malhumorado.
Primera emboscada nocturna.
La noche ofreció pocas distracciones.
Al Mont Aigoual (Km 606) llegué vacío y sólo paré para realizar la fotografía exigida por la organización para acreditar este control.
Complicado descenso hacia sabe Dios qué lugar.
La dueña del comercio me dijo que esperase cinco minutos y allí me quedé como un Miura esperando a embestir. Al poco apareció el corredor francés, había parado a dormir en el Km 523, y pude desayunar con él. Lo cierto es que pese a haber salido sólo 51 participantes me fui juntando con muchos de ellos lo que siempre fue de agradecer.
Capítulo 4. En una nueva dimensión.
En el segundo día rodé de forma implacable, como flotando sobre el asfalto,fusionado con la bicicleta y mis enseres.
En algún momento de aquella jornada dejé de sentir el tacto de la mochila en la espalda y en los hombros, y los pedales en los pies y el manillar en las manos, ¡tenía que mirar para comprobar que mis manos lo agarraban!, ¡tenía que mirarme los hombros para comprobar que no me había dejado la mochila por allí tirada!.
Los repechos iban cayendo en un abrir y cerrar de ojos ante mi total asombro, ¿pero dónde se ha metido esa cuesta que acabas de ver? me preguntaba antes de mirar hacia atrás y encogerme de hombros ante aquel fantástico teletransporte.
Pero sentí que hincaba la rodilla cuando, ante la sensación de suciedad que empezaba a ser insoportable y el pánico que me producía la tercera noche, busqué acomodo en un hotel (Km 768) para ducharme y dormir un par de horas.
Tras este descanso la fiesta continuó y salí a toda velocidad a eso de las nueve de la noche, como nuevo, y confiado en que ya nada podría pararme.
Bonitos paisajes cerca de Pont de Montvert (Km 661)
Col de Finiels. Me fui alternando con el corredor francés pero un inoportuno pinchazo en el descenso me separó de él para el resto de la prueba. Una pena.
Col de Gruloc, corto pero explosivo.
Aquel río me recordó que necesitaba una ducha.

Capítulo 5. El factor suerte.
En el laberíntico Saint Flour (Km 785) a aquel tipo pareció invadirle una insoportable pereza cuando le pregunté que por dónde se iba a Pagros, buuuuf, trés difficile, contestó.
Debo reconocer que me faltó poco para echarme a llorar, ¿no ve que me estoy dejando el alma en esto?, le hubiese dicho sollozando en castellano.
Al final se arrancó y comenzó un discurso del que sólo me pude quedar con la primera parte.
Algo es algo, suficiente para ir tirando, avanza unas calles y luego ya veremos, pensé.
Entonces se produjo un milagro, el milagro de Saint Flour.
Por detrás apareció otro participante que, en la búsqueda de su hotel, debía rebasar el complicado cruce de calles y caminos que daban forma al pueblo. Llevaba GPS y así salvé este primer macht point.
Después, ya en soledad y mientras me ponía la ropa de abrigo, contemplé extasiado la silueta de otro corredor; un alemán perfectamente pertrechado con unas buenas luces y el imprescindible GPS.
Frotándome los ojos le pregunté si tiraría toda la noche y me dijo que sí, ¡qué alegría!, ¡toda la noche juntos! le dije en castellano,
No pude contener la euforia y devoré el exigente camino esperando en los altos a mi compañero, dándole ánimos, ¡le hubiese dado una pierna de haber sido posible!.
Pero la suerte se acaba y en el kilómetro 850, más o menos, me dijo que necesitaba parar a dormir al menos una hora.
El lobo había asomado las orejas pero yo, ni caso, y decidí continuar.
Fue un error garrafal.
Agradable anochecer al poco de pasar Saint Flour.
A Allanche llegué con el ciclista alemán (Km 821).
Capítulo 6. Pito
pito gorgorito.
En Compains (Km 857) tomé la carretera incorrecta y, tras acabar en ninguna parte, tuve que volver al pueblo. En mi repliegue, ya dentro del poblado, observé una señal que había dejado a mi espalda y, ¡eureca!.
Había recorrido 34 Kilómetros de más y me consolé pensando que tal vez me topase con el ciclista alemán pero no hubo suerte y en la más absoluta de las soledades llegué a un cruce que, con los datos facilitados por la organización, era irresoluble.
Mientras que la carretera de la derecha prometía llevarme a un pueblo, la de la izquierda iba directa hacia la montaña dando la impresión de acabar rompiéndose en mil pedazos y, la de enfrente, parecía bajar al mismísimo infierno
Y no me lo pensé mucho, la verdad, tiré hacia el pueblo aún sabiendo que no era el camino correcto.
Fui descendiendo hasta que encontré el primer atisbo de vida. En la penumbra de una habitación, iluminada tan sólo por un televisor que podía verse desde la calle, se dibujada la silueta de una cabeza.
No lo dudé y llamé al timbre, apenas eran las seis de la mañana.
Estaba preparado para encajar cualquier golpe, y si por un capricho exagerado de la geografía La Bourboule (próximo control y km 900 de la prueba) quedaba a cien kilómetros no hubiese ni pestañeado. Todavía me quedaban 33 horas para evitar el fuera de control y de allí no iba a retirar ni Dios.
Cuando oí unos pasos acercarse a la puerta me dio pena no poder expresarme correctamente, mi francés sólo daba para hacer la típica pregunta, como si fuesen las cinco de la tarde, y la vergüenza me obligó a bajar la cabeza.
Salió un señor en calzoncillos y, muy amablemente, me indicó el camino, La Bourboule tan sólo quedaba, tirando por la carretera principal, evitando aquella maraña de la que no supe salir bien parado, a cuarenta kilómetros.
Miré el cuenta kilómetros cuando llegué al citado pueblo y arrojó un saldo de 1.007 Km, 107 de más.
(Nota: a partir de ahora iré poniendo en los puntos kilométricos los realizados y no los de la prueba).
No tengo ni la más remota idea de dónde estoy ni a dónde tengo que ir.
Bonita estampa.
Todo lo que baja sube y ahora, para enmendar la plana, no me quedó otra que apretar los dientes.
Capítulo 7. Y bien está lo que bien acaba.
Cuando ya estaba a punto de perder la cabeza ante la dificultad de orientarse en un conglomerado de pistas asfaltadas me dio caza un ciclista francés, allá por el kilómetro mil cien.
Llevaba GPS y finalizamos la prueba juntos, acompasando nuestras crisis, provocadas por el sueño en su caso y por el hambre y la sensación de vacío en el mío.
Los últimos kilómetros poco tuvieron de paseo triunfal, nos costó llegar, tuvimos que emplearnos a fondo para no demorar nuestra llegada hasta el día siguiente.
Y no se acabaron las putadas.
Tuve que cenar dos vasos de leche con cuatro azucarillos en el último control (Km 1230) por culpa de los restrictivos horarios de los restaurantes de Francia y perdimos una hora, que no cuento, encontrando el gimnasio donde finalizaba la prueba, ¿por qué estos pueblos de Francia quitan las luces por la noche?, pregunté completamente airado, ¡es imposible encontrar nada!, escupí con rabia.
A la línea de meta, sobre la una de la mañana, llegué hecho trizas y ni siquiera hice la foto de rigor pero me quedó la sensación de haber hecho una gran prueba que, ya con GPS, repetiré.
La Douze Cents es la hostia y has capeado el temporal como un maestro, creo que fue mi pensamiento final.
En Auboussoun (Km 1.099) perdí quince minutos preguntando hasta que encontré la carretera correcta.
Carreteras estrechas y lugares perdidos, marca de la casa de la Douze Cents.
En mi enésimo interrogatorio un señor me dejó un mapa que no dudé en fotografiar por si acaso y que deja bien claro el complicado entramado de carreteras por las que discurre la prueba.
Últimos repechos.
En primer término el ciclista con el que compartí los últimos 200 Km. En segundo lugar otro participante con el que me hizo mucha ilusión encontrarme porque habíamos hecho juntos los primeros 200.
Última foto, todavía a unos setenta kilómetros de la meta.
Webs de la prueba
http://ledouzecents.blogspot.com.es/
http://douzecentslive.blogspot.com.es/