La prueba.
Es una carrera (aunque dado mi nivel yo sólo puedo tomármela contra mí mismo) de 1.024 Km y 16.000 metros de desnivel que cruza España desde Santander hasta Riba Roja del Turia (Valencia) surcando la Cordillera Ibérica en un recorrido muy exigente y con un límite de tiempo de 84 horas.
La prueba es una contra-reloj en la que íbamos saliendo cada minuto disponiendo la organización de tan sólo un punto de apoyo en todo el recorrido (Molina de Aragón, Km 535).
Nos dimos cita casi 100 corredores y acabamos 62. Entre ellos figuraban Juan Pedro (un corredor de primer nivel y viejo conocido) y Salva (otro gran corredor de mucha experiencia) con los que coincidí la mayor parte del recorrido y cuya presencia hizo más llevaderas, y divertidas, las visicitudes del camino.
Preámbulo. Cuestión de honor.
Cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte (...) Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte. Pero algunas veces pierdo el apetito y no puedo dormir y sueño que viajo en uno de esos trenes que iban hacia el norte. Cuando era más joven la vida era dura, distinta y feliz. (Cuando era más joven, Sabina).
En la Ibérica hice varios retos caseros cuando me tocó volver a Zaragoza y
mi presupuesto para viajar tendía a cero.
Y es allí donde me acabé de foguear en la larga distancia, antes de que mi
sueldo me permitiese abordar proyectos de más envergadura como la Race Across
France, la Race Around Germany o la Ultimate Pirinees Pursuit.
En la Ibérica hice un 800 Km del tirón (2015), la Super Randonné Camino del
Cid (2017), parte de las Mil Millas por Aragón (2018) y varias jornadas
de más de 24 horas que me dejaron un recuerdo imborrable.
Yo quería dar mi mejor versión sobre aquellas montañas como una forma de expresar mi gratitud y respeto, tanto a la región como a mi yo del pasado y sus limitaciones económicas.
Le di muchas vueltas a la hoja de ruta, releí mis propias crónicas sobre
las maratonianas jornadas ibéricas y cifré mi mejor tiempo posible en poco menos de 56 horas.
Esa iba a ser mi carrera.
Al final, pude completarla sin agobios en 56 horas y 23 minutos acabando
muy contento y dándome a mí mismo un sobresaliente.
Salgo bajo la mirada de mis padres, quienes me acercaron hasta Santander (y me recogieron en Valencia).

Capítulo 1. Una noche más en la Ibérica.
Tras una plácida tarde por los bellos parajes cántabros y burgaleses corono
Peña Hincada (Km 290) bien entrada la noche. En la cima, donde pacen varias
ovejas, y para mi perplejidad, no hace frío.
Desconfío de ese ambiente tan templado e intuyo que estoy dentro del ojo
del huracán y una ola glacial y devastadora acabará tragándonos a todos. No te
fíes, me digo mientras me pongo el chubasquero, los guantes de invierno y
observo estupefacto como un compañero francés comienza el descenso en pantalón
corto.
Voy trazando penosamente las curvas ciegas, y difíciles de medir con la luz
de mi foco, mientras el frío empieza a superar las defensas de mi abrigo.
En Ortigosa de Cameros, completado el descenso, llego helado y
busco refugio en el soportal de la iglesia para ponerme lo poco que me queda de
ropa en la mochila: unas perneras extra y un maillot de entretiempo. Paro cinco
minutos para dejar de cortar el aire porque siento que me estoy
congelando y necesito entrar en calor lo más prontamente posible.
Arranco y la ligera ascensión hasta Montenegro de Cameros me ayuda a
elevar mi temperatura.
Un golpe de suerte me junta con Salva, que había comenzado más tarde, y
abordamos juntos el tramo de hielo (descenso del Puerto de Santa Inés y el
llaneo por las inmediaciones de Soria) donde la temperatura rondaría los 2 º C.
Amanece y he pasado el momento más duro dentro de mi tiempo porque no he
tenido que improvisar un refugio para dejar pasar las horas más gélidas.
Mis inventos (doble pernera, dos pares de guantes, doble calcetín y cuatro
capas en el pecho) han funcionado porque mis experiencias pasadas en la Ibérica
son un grado.
Me equivoco en la primera rotonda, enseguida me alcanzan tres corredores y así cruzo la bonita Santander en grupo.
La subida al Parque de Cabárceno fue una bonita, y dura, sorpresa.
Subo muy bien el Puerto de Lunada y agradezco el ambiente fresco porque puedo llevar el maillot de invierno puesto y evitar así tener que acarrearlo en la mochila.
Castilla ofrece un terreno muy favorable y avanzo a buen ritmo.
Al poco me pasa Juan Pedro. Es una buena dosis de moral porque contaba con que me alcanzase ya en Lunada así que compruebo que voy bien.
Y sigo rodando aprovechando las horas de luz.
Con los guantes y el móvil a buen recaudo es complicado hacer fotos en marcha. Así que aprovecho una pequeña parada para quitarme ropa en Montenegro de Cameros para lanzar una foto, un poco al tun tun, justo cuando aparece Salva.
Amanece en las tierras de Soria.
Servidor ya en Aragón y rodando hacia Molina (foto de la organización).
En el punto de avituallamiento de Molina de Aragón vuelvo a juntarme con Juan Pedro (a quien una avería ha venido a ralentizar su marcha) y Salva.

Capítulo 2. Detectives salvajes.
Sobre alguna de las múltiples cuestas de la Serranía de
Cuenca reservé una casa rural en Guadalaviar (Km 670) para compartirla con Juan
Pedro y Salva, que ruedan un poco por detrás.
Aprovecho la espera de mis compañeros para ducharme y encargar
tres pizzas en el bar del pueblo.
Al rato, cerca de las diez de la noche, llegan junto con un
joven corredor francés que no creo llegase a los treinta años.
El chaval pregunta por un sitio donde comer algo y le
llevamos al bar. Se le ve tocado
pero ante mi ofrecimiento de una cama de la casa contesta, con un gesto, que se lo
tiene que pensar.
Sí, él también tiene sus planes y cábalas en la cabeza, me
digo, mientras me río y empatizo ante su sorprendente respuesta.
Finalmente compartimos los cuatro las tres pizzas, el dueño del bar no
estaba por la labor de prolongar su jornada y no hubo más viandas, la casa y
algo más de picar que arrambló por allí el bueno de Juan Pedro. Cenamos poco
pero agusto y disfruto mucho ese momento de genuina camaradería.
Comparto la habitación, que tiene dos camas, con el francés
quien me dice que podríamos dejar abierta la ventana (la calefacción está algo alta) a
lo que le digo, preso de la risa ante semejante disparate, que si está loco, are you crazy?, le espeto. Él también se
ríe con mi elocuente respuesta y nos metemos en la cama.
Habíamos convenido los cuatro en levantarnos a las dos y
media de la mañana para empezar a las tres.
Y a esa hora, o quizá algún minuto antes, partimos rumbo a
Valencia.
Qué pena que no hice ninguna foto buena por las espectaculares Guadalajara y Cuenca.
Coronando el Cubillo me llama la organización para decirme que tengo que parar antes de las nueve y media de la noche con el objeto de cumplir con la regla de descansar cuatro horas en las primeras 36 horas. Fue un momento estresante, la verdad, y me alegré de haber reservado la casa en Guadalaviar, porque allí llegué tan sólo con 20 minutos de margen para cumplir la regla.
Capítulo 3. En tiempo y forma.
Ni un pequeño extravío por Teruel por un fallo en el GPS, ni el eterno puerto de Cabigordo, que se me atravesó de mala manera, ni la sorpresa del Puerto de Linares, que no esperaba, ni el calor de las montañas castellonenses minaron mi determinación por acometer mi objetivo.
Y así llegué a la meta en 56 horas y 23 minutos.
De no haberlo conocido pensaría que Cabigordo es un categoría especial.
El Puerto de Villarroya resulta mucho más ameno.
Me reencuentro con Juan Pedro (en la primera foto) y Salva (en la segunda) en el bonito puerto de Fortanente.
Cada uno impusimos nuestro ritmo aunque con Salva aún me crucé un par de veces. Era reconfortante saber que andaba por allí cerca y más con los problemas que me había dado el GPS. Juan Pedro acabó el décimo (tras una lección magistral de ciclismo al superar una avería mecánica bastante delicada) Salva el décimo primero y yo el décimo segundo.
Puerto de Linares.
Camino de Puertomingalvo
Castellón y Valencia, espectaculares. Creo que este año tengo que hacer la SR de Montañas de Castellón porque el terreno sacó una pinta inmejorable.
La última, de mi bici nueva (Low cost, naturalmente).
Al final quedó un gran proyecto, con lo mejor de las brevets (el compañerismo) y los retos con un alto componente emotivo y de autoexigencia.
Y ahora a descansar que en dos semanas, Dios mediante, me cojo vacaciones y algo habrá que hacer.