El Tour de
Francia, cuyo recorrido fue presentado durante la semana pasada, se tendría que
haber estirado bastante más en su periplo pirenaico.
Fíjense que
la etapa reina de los Pirineos, y pese a subir cuatro puertos de montaña, sólo tendrá 125 km y 3.000 metros de desnivel. Y este trazado no puede
ser considerado de alta montaña, por muchas exageraciones que en la previa cuenten los diarios
deportivos.
La tercera, y
última jornada pirenaica, es uno de esos engendros tan de moda últimamente y que
apuestan por la escasez de una forma incomprensible. Porque al Tourmalet y
Hautacam se les podrían haber añadido Aspin, Spandelles y Soulor y así la cosa
hubiese quedado muy interesante. Pero no, dos subidas y para casa.
A parte de la
cantidad también hay problemas con la calidad. Y no es que los puertos que
suban no merezcan la pena, algunos están entre mis favoritos, sino que vuelven
a apostar sobre seguro, con collados muy utilizados, configurando un
trazado poco sorprendente.
Y un año más me quedaré con las ganas de ver por la televisión mis puertos habituales.
Plateu de Lhers. Tuvo su protagonismo durante la Segunda Guerra Mundial al ser testigo de sonadas evasiones.
Vista sobre Lescún
Col de Labays.
Col de Lie. El puerto más corto y fácil del día.
Col de Bouezou. La subida se desarrolla por un espeso bosque, lástima que el otoño parece no haber llegado.
Laberouat. Se trata de la ascensión más dura del Valle del Aspe.
Bonita estampa en la subida al Túnel de Somport.
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