Las fotografías las realicé en la noche del viernes al sábado en el itinerario descrito en el
título. Fueron 220 Km y unos 3.200 metros de desnivel.
Cuando, en noviembre, hice mis cálculos con la hoja de ruta
de la brevet 1.000 de Zaragoza caí en la cuenta de que, si todavía aguantaba,
me tocaría rodar una segunda noche después de llevar unas 38 horas sin dormir.
Llegado el caso no me preocupa que el sueño me derrote, eso
es algo que no puedo controlar ni entrenar. Pero lo que no puede pasar es que
sea el miedo a lo desconocido, y no una amenaza real, lo que me haga desistir.
Por eso el pasado viernes salí con la bicicleta a las nueve
de la noche tras catorce horas despierto por los quehaceres del día a día.
Tenía que rodar en lo desconocido, acostumbrarme a romper
con lo establecido.
La crónica la he ordenado por capítulos y después he puesto
las fotografías (que dadas las horas no son gran cosa) y un pequeño comentario.
Capítulo 1. El enemigo número
uno.
Estas rutas tienen un riesgo más que las jornadas diurnas
porque si algo sale mal acabarás siendo juzgado por aquellos cuya única ley es
la del beneficio, esos que viven envasados al vacío porque allí la mentira se
conserva mejor.
Me los imaginé comentando la noticia y tildándome de
inconsciente, ¿qué hacía este payaso yendo en bici de noche?.
Para no ser preso de sus redes, y ser engullido por la
corriente, para hacer cosas diferentes a lo socialmente establecido hay que
tener confianza en uno mismo, hay que aferrarse a la experiencia y al
conocimiento del oficio.
Y la hora y media que tardé en llegar con el coche al punto
de partida no lo dudé ni un minuto, sabía lo que me hacía y, entonces, ¿qué
importan los tertulianos?
Capítulo 2. Rompiendo el punto muerto.
Conforme me acercaba al puerto de Bagarguy (o iraty) el
miedo se iba acentuando. Tenía miedo al frío, a la ausencia de pueblos y casas,
y a que las grotescas formas de los árboles bajo la tibia luz de la luna, junto
con el ulular del viento, y el ruido de los pájaros, y los ladridos de los
perros custodiando el ganado, y el sueño, creasen fantasmas irreductibles en mi
cabeza, tenía miedo a ser presa del pánico.
Pero el miedo tiene una duración limitada. A veces dura
hasta que cruzas la línea y compruebas que no hay nada a lo que temer. A veces
dura hasta que te vence y retrocedes.
Lo que dura para toda la vida es la zozobra de no haberte
enfrentado contra él, de no haber presentado batalla, de no saber qué es lo que
hay un poco más allá.
Y esta ruta iba de eso, de cruzar la línea y ver qué pasa.
Y no pasó nada.
Capítulo 3. La otra orilla.
La soledad no es rodar en solitario, a deshoras, sabiendo
que no te vas a encontrar con nadie.
La soledad es una máquina de café encendida, y visible,
detrás de una puerta cerrada y saber que no habrá nada para ti, la soledad es
mirar, con la única compañía de la carencia, las contraventanas de las casas
sabiendo que si se abriesen sólo encontrarías miradas de desconfianza y recelo.
En Larrau miré el reloj. Tan sólo quedaban dos horas para
que llegase la luz del día, para volver a pedalear dentro de contexto y la
victoria sólo era cuestión de tiempo, de seguir pedaleando.
Capítulo 4. Victoria aplastante.
En la hora de las fotografías borrosas, y de la luna sobre
el fondo azul, me vinieron a la mente las dos palabras del título.
Lo cierto es que llegué con fuerzas, no tenía sueño, no
estaba impaciente por acabar y fue un momento de euforia porque durante toda la
ruta no encontré ningún motivo para no seguir avanzando con paso firme al tres
de agosto.
Y próxima estación, Barcelona.
Salgo pasadas las nueve de la noche y la luz va
desapareciendo sobre el valle del Aspe.
Primer paso por Arette.
El modesto Col de Osquich y la luna llena dejan magníficas
vistas pero mi cámara no es capaz de captar gran cosa.
Vida en Lacerveu.
Hay que tener mucha precaución con los bordillos apenas
visibles durante la noche.
Maquinaria agrícola cerca de Saint Jean Vieux.
Saint Jean Vieux. Hay un bar abierto y aprovecho para echar
un café y comprar una Coca Cola. En Francia, no me pregunten por qué, la gente
no se extraña de que un ciclista entre a la una de la mañana en un bar y la camarera
preguntó, con total naturalidad, si el refresco era para llevar o tomar.
Aproveché la luz de las farolas para hacerle una foto a mi
bicicleta suplente.
El Col de Iraty o Bagarguy tiene un puerto intermedio
llamado Burdinkurutzeta. Es muy duro, pues salva 800 metros en 9 kilómetros,
pero siempre se me ha dado bien.
El punto luminoso debajo de la luna son los ojos de un
caballo. Al menos tengo compañía.
Tan cerca y, sin embargo, aquella máquina de café resultó
inalcanzable.
Bueno, es un trabajo tan malo como otro cualquiera: duermo
poco, ando mucho y lo que veo no me gusta nada (de El Crack II).
Descenso muy lento por el frío y peligroso por la presencia
de ovejas en la carretera.
Larrau pueblo. Llego descompuesto por el frío porque la
parte baja la carretera discurre junto a un río y la humedad me ha dejado
empapado por fuera y el sudor de la ascensión empapado por dentro.
No tenía pensado subir el Col de Issarbe (que comparte con
el Col de Soudet gran parte del trazado) pero he llegado demasiado pronto y
prefiero que el amanecer, el momento de mayor somnolencia, me pille subiendo.
Durante la ascensión me adelantan dos coches, llevaba casi cinco horas sin
cruzarme con nadie.
La luz del foco baila al
son del manillar y resulta agotador. Durante algunos tramos lo apago y me ciño
a la línea blanca del centro de la carretera. Fue un lujo que me pude permitir porque no tenía nada de sueño.
La luna me ha acompañado durante toda la noche y ahora
convive con un incipiente azul. El Sol no tardará en llegar.
No hay que bajar la guardia. Los reflejos andan mermados y
el descenso del Col del Issarbe no está exento de complicaciones.
Y me encontré un lugar donde nunca antes había estado
porque, a veces, para viajar no hace falta irse muy lejos.
Cumplidos los objetivos el último tramo se me hace muy
pesado. Además ya llevaba unas 27 horas sin dormir.
Leer tu crónica ha sido la emoción fuerte de la mañana. Que no será fácil que me deje.
ResponderEliminarChapeau, chapeau de nuit.
Vaya crónica, Sam. Con ella demuestras que ir en bici no es sólo un deporte, una experiencia, una forma de vida, también una búsqueda interior...que al final te hace libre: "Estoy tan feliz de seguir vivo, de una pieza y a punto. Este mundo es una puta mierda, sí, pero estoy vivo y no tengo miedo. "(final de La Chaqueta metálica) Abrazos de tu hermano.
ResponderEliminarCojonudo!!!!
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. Me alegro de que os haya gustado la crónica.
ResponderEliminarSimplemente se trata de hacer cosas diferentes y disfrutar aprendiendo.
Un saludo.